La historia de don Quijote escrita por el
historiador arábigo Cid Hamid Berenjena, traducida al castellano por un morisco
de Alcaná de Toledo y muy bien cuidada y revelada por un curioso lector
cristiano.
SEGUNDA
PARTE – CAPÍTULO III
“No hay
libro tan malo que no tenga algo bueno”
Dijo el lector que habló el escritor
y que escribió el traductor que el cual prosiguió diciendo que siguió la
conversación entre Sancho, don Quijote y Sansón Carrasco:
-Bien
haya Cid Hamid Berenjena, que la historia de vuestras grandezas dejó escritas,
y rebién haya el curioso que tuvo cuidado de hacerlas traducir de arábigo en
nuestro vulgar castellano, para universal entretenimiento de las gentes -razonó
Sansón Carrasco-.
Dicho eso, le hizo levantar don
Quijote que dijo:
-De
esa manera, ¿verdad es que hay historia mía y que fue moro sabio el que la
compuso?
-Es
tan verdad, señor –dijo el bachiller Sansón-, que tengo para mí que el día de hoy están
impresos más de doce mil libros de la tal historia: si no, dígalo Portugal,
Barcelona y Valencia, donde se han impreso, y aun hay fama que se está
imprimiendo en Amberes; y a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni
lengua donde no se traduzga.
-Una
de las cosas –dijo don Quijote- que
más debe de dar contento a un hombre virtuoso y eminente es verse, viviendo,
andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa. Dije
con buen nombre, porque, siendo al contrario, ninguna muerte se le igualará.
-Si
por buena fama y si por buen nombre va –dijo Sansón-, solo vuestra
merced lleva la palma a todos los caballeros andantes; porque el moro en su
lengua y el cristiano en la suya tuvieron cuidado de pintarnos muy al vivo la
gallardía de vuestra merced..,
-Pero
dígame vuestra merced, señor bachiller: ¿qué hazañas mías son las que más se
ponderan en esa historia? –Dijo el caballero andante-.
-En
eso –respondió el bachiller- hay diferentes opiniones como hay
diferentes gustos: unos se atienen a la aventura de los molinos de viento, que
a vuestra merced le parecieron Briareos y gigantes; otros, a la de los batanes;
éste, a la descripción de los dos ejércitos, que después parecieron ser dos
manadas de carneros; aquél encarece la del muerto que llevaban a enterrar a
Segovia; uno dice que a todas se aventaja a la de los dos gigantes benitos, con
la pendencia del valeroso vizcaíno.
-Dígame,
señor bachiller –dijo Sancho-: ¿entra ahí la aventura de los yangüeses,
cuando a nuestro buen Rocinante se le antojó pedir cotufas en el golfo?
-No
se le quedó nada –respondió Sansón- al sabio en el tintero: todo lo dice y
todo lo apunta, hasta lo de las cabriolas que el buen Sancho hizo en la manta.
-En
la manta no hice cabriolas –contestó Sancho-; en el aire, sí, y aún más de las que yo
quisiera.
-Dijo Sansón Carrasco que la
historia de don Quijote es “-tan clara
–que no hay cosa que dificultar en ella: los niños la manosean, los mozos la
leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan
trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que apenas han
visto algún rocín flaco, cuando dicen: “Allí va Rocinante…” Finalmente, la tal
historia es del más gustoso y menos perjudicial entretenimiento que hasta ahora
se haya visto, porque en toda ella no se descubre ni por semejas una palabra
deshonesta ni un pensamiento menos que católico”.
-¿Hay
otra cosa que enmendar en esa leyenda, señor bachiller? –preguntó don Quijote.
-Sí
debe de haber –respondió él-, pero ninguna debe de ser de la
importancia de las ya referidas.
-Y
por ventura -¿promete el autor segunda parte? –Dijo don Quijote-.
-Sí
promete –respondió Sansón-, pero dice que no ha hallado ni sabe quién
la tiene, y, así estamos en duda si saldrá o no, y así por esto como porque
algunos dicen: “De las cosas de don Quijote bastan las escritas”, se duda que
no ha de haber segunda parte; aunque algunos que son más joviales que
saturninos dicen: “Vengan más quijotada, embista don Quijote y hable Sancho
Panza y sea lo que fuere, que con eso nos contentamos”.
-¿Y
a qué se atiene el autor?
-A
que -respondió Sansón- en hallando que halle la historia, que él
va buscando con extraordinarias diligencias, la dará luego a la estampa,
llevado más del interés que de darla se le sigue que de otra alabanza alguna.
De eso dijo Sancho: -Atienda ese señor moro, o lo que es, a
mirar lo que hace, que yo y mi señor le daremos tanto ripio a la mano en
materia de aventura y de sucesos diferentes, que pueda componer no sólo segunda
parte, sino ciento…